sábado, 8 de enero de 2011

TRAYECTO ABURRIDO




El despertador sonó con aquel ruido infernal que todos los días le hacía despertar de un brinco y que aceleraba su corazón de una manera que parecía querer salirse por la boca.



Eduardo poco a poco se desperezó y todavía soñoliento saltó de la cama.


La lluvia con gotas lentas golpeaba contra su ventana.


El día prometía ser gris y muy poco atractivo.


Pese a sus esfuerzos por llegar a ser algo en la vida solo había conseguido tener un trabajo mediocre, en una empresa mediocre y por supuesto un sueldo mediocre.


Él intentaba evadirse de esta realidad, con el único medio que estaba a su alcance.


Dejar volar un poco su imaginación y soñar de vez en cuando con una vida un poco mas llevadera.


Miro el reloj, se había demorado mucho, tomó un sorbo de café y rápidamente salió. Se le hacía tarde para llegar al trabajo.

Aceleró el paso y suspiro cuando vio que estaba ya en la parada del autobús y que este llegaba.


Eduardo se aburría, el trayecto diario y rutinario en aquel autobús sucio y desvencijado se le hacía cada vez más insoportable. Tan insoportable como su vida.



La ciudad a través de la ventanilla le devolvía imágenes de escaparates donde se exponían toda clase de mercancía con grandes carteles en colores llamativos ofertando precios a la baja.

La crisis económica estaba siendo muy dura y se podía comprobar incluso en los transeúntes.

Sus caras eran taciturnas y sus andares cansinos parecían no llevarles a ningún lado, algunos se paraban un momento ante los ventanales de los comercios, pero muy pocos traspasaban sus puertas.

La vida transcurría detrás de aquellos sucios cristales y las imagenes que le devolvía eran tan deprimente como su animo.

En su lento rodar el autobús producía en Eduardo un sopor que le hacía cerrar sus ojos y dar ligeras cabezadas. Temeroso de dormirse y no poder bajarse en su parada luchaba por no ceder al sueño procurando que su cerebro divagara buscando imagenes más placenteras que las que le rodeaban.

El autobús paró.


La muchacha desconocida que Eduardo veía subir siempre en esa misma parada se hizo un hueco y se sentó delante de él.

Salió de su aburrimiento y mientras la veía venir hacía él la escruto “Buena estatura, cara redonda y afable, bonita sonrisa, pelo largo y ondulado, ojos profundos y vivos, anchas caderas….pensó para sus adentros podría ser la madre de mis hijos.

La saludó y ella ruborizada le respondió y abriendo un libro escondió su rubor entre sus páginas.

¿Por qué pensaba en ella como madre de sus hijos? Si le era una perfecta desconocida.

Por su mente pasó rápidamente escenas entrañables familiares.

Él y a la muchacha en una bonita casa junto al confortable fuego de la chimenea, voces y risas infantiles de sus hijos que cerca de ellos jugaban felices.

Él y la muchacha con sus dos preciosos hijos sentados a una mesa bellamente decorada y con los mejores y sabrosos manjares.

Él besando a la bella joven camino del trabajo y llevando a los niños al colegio
Él abrazado a ella en medio de la pista de un salón de baile, ejecutando un vals mientras los demás participantes se apartaban dejándoles sitio y parándose para admirarlos.

Y así una veintena de escenas de felicidad junto a ella.

Malhumorado la vio bajarse.

Esto le llevó nuevamente hasta la depresión

Al momento pensó en el divorcio.

Se asustó.

¿A quien daría el juez la custodia de los hijos?

LA AUTORA

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