Discurrían los últimos días del mes de Julio, la gran ciudad
soportaba los días más calurosos del año y el bullicio y las aglomeraciones de
gentes y coches empezaban a dar paso a una ciudad menos transitada, ya que los
comercios y oficinas ya habían cerrado sus puertas y los habitantes de la
ciudad se apresuraban por llegar a sus
casas después de una larga jornada de trabajo.
Así vista la ciudad no daba la sensación de agobio, prisas y
contaminación de solo unas pocas horas antes.
El sol declinaba y ya las sombras empezaban a borrar las
últimas luces del día, la calle solitaria desprendía de su asfalto un calor
insoportable, la pareja que caminaba muy junta apresuró el paso ya que solo
cruzando una gran avenida podían refugiarse de tanto calor en un gran parque
donde les esperaban hermosos y centenarios árboles que harían que la
temperatura fuera más agradable y la
intimidad les saldría al paso.
Desde el lado donde
se encontraban ya podían ver la gran puerta de hierro jalonada por remates
dorados que como una gran garganta se iba tragando a las pocas personas que a
esa hora se aventuraban a entrar por allí al inmenso parque, considerado el
pulmón de la ciudad.
El muchacho se acercó un poco más a ella y con decisión la
tomó de la mano y tirando suavemente la hizo correr junto a él cruzando la calle en dirección a aquella
inmensa puerta del parque.
Cuando llegaron al otro lado, ella se soltó rápidamente de
la mano de él y en su mirada se veía un ligero reproche, porque se hubiera atrevido
a cogerla de la mano.
Cuando entraron les recibió una gran avenida sorteada de
grandes setos preciosamente recortado y a ambos lados viejos y frondosos árboles y entre ellos y a
lo largo de toda la avenida numerosas estatuas de antiguos reyes. Ese escenario
parecía estar hecho precisamente para el decorado de una película.
Despacio fueron recorriendo la avenida y el muchacho otra
vez tiró de la mano de ella y la hizo salir hacia un lado donde la oscuridad
era ya profunda, allí se paró y acercó su boca al oído de ella y susurro unas
palabras que eran lo que más deseaba desde días atrás en que se habían conocido. Su joven cuerpo latía muy fuerte y su deseo era tan fuerte que le obligaba a
rodear la cintura de ella y atraerla hacía él.
-Puedo darte un beso?
Y como viera que ella quería desprenderse
de su abrazo, volvió a susurrar al oído – Un beso… chiquitito…
Ella cerró los ojos y no pudiendo impedir la atracción que
la llevaba hacía él, esperó el también ansiado
beso por ella.
Él suavemente la tomo con sus manos por su cuello y su
cabello, primero acercó su cara al cabello y aspiró su aroma, rozándolo
ligeramente con sus labios y luego los unió a
los de ella, primero muy despacito y suavemente, para después hacerse más ardiente. Y el beso se hizo intenso,
largo, interminable, ya que sus labios se negaban a separarse.
Al fin sus labios se separaron y ella dijo con un hilo de voz
-Dijiste chiquitito…
-¿Me disculpas? Es
que el primer beso es como entrar en el Paraíso y del Paraíso nadie quiere salir.
La noche se hacía más oscura por momentos y ya cogidos de la mano salieron
del parque con sus jóvenes cuerpos
vibrando por la atracción del uno hacía el otro. Con ese primer beso, juntos,
habían entrado en el Paraíso.
4 comentarios:
Que preciosidad, que bien describes la intensidad y lo maravilloso del primer beso!
Que preciosidad, que bien describes la intensidad y lo maravilloso del primer beso!
Que cosas mas bonitas Carmen. un besito.
Carmen por donde andas? Si estas por Irlanda no sabes el calor que te estas ahorrando. Esto es de muerte.Un besito.
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