miércoles, 3 de febrero de 2010

VIAJE INFERNAL


Fabio esperó la llegada del vagón del metro que le conduciría cerca del taller donde le entregarían su coche. Hacia mucho tiempo que no viajaba en metro y todo le resultaba extraño. Había tardado en poder sacar el billete pues ni tan siquiera sabia el importe, por dos veces se despistó y no dio con la línea que le correspondía coger para llegar a su destino. Pero por fin ya se hallaba en el andén correspondiente. Sintió que el malestar cada vez era mayor había mucha gente en el andén, el calor era insoportable y el olor nauseabundo. Por fin el ruido que se produjo le alertó de que el vagón del metro llegaba, la gente empujaba y tan siquiera dejaban salir a los que estaban dentro y deseaban hacerlo. Empujado por las demás personas por fin entró en el vagón, miró alrededor y se preparó para hacer más llevadero el trayecto. Vio en un rincón una pareja, al parecer de novios, él con los brazos extendidos y su frente sudorosa, arropando y salvaguardando a ella de los posibles empellones, más parecía un gallo dentro del corral, por lo estirado y orgulloso que se sentía. De vez en cuando acercaba su boca al oído de ella y aprovechaba para rozar el cuello con sutiles besos, la muchacha lo agradecía con miradas tan tiernas que parecían quererlo derretir. No obstante, en alguna de esas miradas le pareció descubrir un brillo de malignidad. Suspiró y desvió su mirada, su corazón latía rápidamente y su cabeza parecía jugarle malas pasadas. Más cerca un hombre de mediana edad con un paquete debajo del brazo, parecía que de un momento a otro se quedaría dormido de pie. Por el olor que despedía dicho individuo Fabio comprendió que se trataba de un pescadero que terminaba su jornada y volvía a su casa. Allí, le aguardaría una familia deseosa de que él llegara? o le pasaría como a él que al llegar a casa nadie saldría a su encuentro. En uno de los asientos una anciana le llamó la atención ya que sin prestar interés a lo que ocurría, tejía con agujas lo que parecía que una vez terminado sería un jersey de niño. Fabio se interesó por sus ojos azules, pequeños ,pero con un brillo que no correspondía al resto de su cara llena de arrugas como surcos en tierra. Sus ojos era casi lo único que le quedaba con vida, ya que su piel de cartón ajado y su cuerpo huesudo parecía que ir a desmoronarse de un momento a otro. Fabio imagino que el único vínculo que ataba a la anciana a la vida era el jersey en el que tanto se afanaba, y que una vez acabado abandonaría esta vida, porque ya nada la unía a ella. Pero de pronto la actitud de la mujer cambió y Fabio vio como deshacía gran parte de la labor que con tanto afán había hecho y entonces pensó su trabajo no le gusta o es verdad que es su único vínculo con esta vida y se niega a dejarla. ¡Va! ¿qué le importaba a él? Seguro que concluido el trabajo abandonaría este mundo sin gran pena.
Un movimiento en todo el vagón junto con algunos empujones, le anunciaron que llegaban a otra estación, y nuevamente se sintió presa de una gran angustia, su frente se empapó de sudor y por un momento sus piernas parecían negarse a sostenerle. Pensó en abandonar el vagón en esa misma estación, pero cuando se decidió a hacerlo ya era tarde, pues el aluvión de gente que entraba le empujó hacia dentro produciéndole con ello aun mas angustia, todo empezó a darle vueltas. Como pudo, giro sobre si, e intentó asir la barandilla donde ya se asían infinidad de manos. Fue entonces cuando su vista recayó en ellas, entre todas esas manos sudorosas y pegajosas sobresalían unas que le llenaron de espanto. Eran las de su vecino más próximo su piel extrañamente oscura y verdosa contrastaba visiblemente con sus manos, delicadas y absolutamente blancas, inmaculadas, parecían de otra persona. Fabio, cada vez más mareado y enfermo, repasó a todos los que se apoyaban en la barandilla. Sus caras parecían mascaras horribles que se burlaban con gestos obscenos de él. Aterrado, comprobó efectivamente que no había sufrido error, esas manos, excesivamente blancas, pertenecían al hombre de tez oscura y verde mezcla de carbón y azufre. En aquel ambiente húmedo y claustrofóbico su cuerpo se negó a sostenerle más, su piernas se aflojaron, una sensación de terror fue lo ultimo que sintió antes de desvanecerse.

Cuando volvió en sí no sabía donde se encontraba, alguien hablaba, pero no entendía lo que decían y además el sonido le llegaba muy quedo ¿dónde estaba? Su cerebro parecía no poder salir del sopor que mantenía, no se atrevía a abrir los ojos, pues todavía estaban muy vivas la angustia y el terror que había sufrido en ese viaje infernal en el metro, la visión dé aquel ser tan distinto y tan repugnante. Y aquella muchedumbre que se burlaba, pareciendo que todos ellos quisieran acabar con él allí mismo o llevarlo a su mundo lleno de fealdad y podredumbre.

Poco a poco su cerebro parecía ir despertando. Primero, todavía sin atreverse a abrir los ojos, movió las manos y palpó su cuerpo, comprobando que no había tenido ningún accidente y que al parecer no se encontraba en ningún hospital. Con gran esfuerzo empezó a intentar recordar lo que había hecho después de salir de su trabajo. Al fin su mente le devolvió una idea muy clara ¡Creo que volví a casa en coche! ¿y entonces...el viaje en el metro?

Se esforzó en intentar abrir su ojos y al fin se abrieron, entonces descubrió donde se encontraba y de donde salían esas voces, estaba en la sala de su casa, tumbado en el sofá con un libro sobre su pecho.

¿Y las voces? ... ¡Eran de la televisión! él mismo había bajado el volumen para poder leer con más tranquilidad.

El calor sofocante y la lectura del libro que tenía sobre su pecho titulado” El Libro Infernal”, al quedarse dormido le habían producido esa terrible pesadilla.

1 comentario:

MARIA JESUS dijo...

otros me gustan mas pero este tambien es bonito, me alegro de volver a leerla.

LA AUTORA

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