viernes, 8 de enero de 2010

EL ABRAZO


Las luces del alba con matices oscuros desparramaban sus tintes sobre el paisaje, el llanto de la niebla nublaba la visión y su humedad calaba los huesos como una inesperada lluvia penetra la tierra árida.
Quería abrazar a su mujer, la cargó en sus brazos, pesaba como una pluma. Su aspecto últimamente era muy demacrado, sus ojos antes siempre verdes como dos pulidas esmeraldas ahora habían perdido su brillo, su pelo negro, brillante, como ala de cuervo, caía lacio y descolorido sobre sus hombros ahora huesudos y que decir de su cuerpo... las bellas redondeces de madona habían dejado paso a un puñado de huesos.
¡No podía perderla!.


Los últimos 50 años los habían pasados juntos. La humilde casa que les daba cobijo y las pocas tierras de las que disponían era el pequeño fruto de toda una vida de un trabajo de esclavos.

Los días se habían sucedido uno igual a otro. Trabajo, solo trabajo...


Los hijos fueron llegando y las bocas a alimentar se multiplicaron, las pocas tierras de las que disponían, eran insuficientes, la malnutrición y la enfermedad se llevaron a dos de sus hijos.


A los que la muerte no se llevo, les esperaba lo mismo que a sus padres, miseria y trabajo. Trabajar la tierra hasta la extenuación; para solo recibir la recompensa de una sopa, un mendrugo y el descanso en un jergón hasta la madrugada.


Durante esa vida tan dura que les tocó, nunca había visto quejarse a su mujer, siempre dispuesta para el trabajo, una sonrisa en sus labios, una mirada de ternura para él y sus hijos con aquellos ojos singulares. Infatigable, la primera en levantarse y la última en retirarse a descansar.


Su trabajo siempre más duro que el de los demás. Las labores del campo se añadían a los de la casa y el cuidado de los los hijos. Nunca un mal gesto, nunca una queja. Ella era el alma de aquella casa, Su animo era lo que hacía que la vida de todos aún no fuera más dura.

Pocas ocasiones tuvieron de intimidad, las condiciones de su vida no se prestaban a dejarles pasar un tiempo a solas para darse mutuamente muestras de cariño. Solo de noche, cuando en aquella única estancia de la casa todos se disponían a dormir él se abraza al cuerpo de su esposa y sentía latir acompasados los dos corazones. Solo entonces, con el calor y el olor del cuerpo de su esposa pegado a él, sentía porqué valía la pena vivir.



Sus miserables vidas transcurrían sin apenas notar que las estación del año se sucedían. De no ser por los trabajos del campo que variaban de una a otra, ellos no habrían notado que el tiempo pasaba . Y así fue como se fueron haciéndose viejos.

Un día los hijos se hicieron mayores y los fueron abandonando.
Se quedaron solos, él la miraba y la veía más bella que nunca, pero ya no era la mujer de antes. Ahora sus horas las pasaba sentada o tumbada en el humilde catre. Él se echaba junto a ella y abrazándola intentaba fundirse para que su calor y energía le fueran traspasadas.


Un nefasto día vinieron los hijos y se la llevaron. No entendió, o no quiso entender las explicaciones que le dieron para llevársela.

Lloro y suplicó...pero nadie parecía comprender la necesidad que él tenía de estar junto a su ella, su vida solo valía con la presencia de su mujer siempre junto a él. Ella era el único vinculo con esta vida.


¡Pero a él no le iban a engañar!...no se la quitarían!....Los siguió ....


Cada día al caer la noche mezclado entre las sombras salia de su casa y se encaminaba al lugar donde se encontraba su esposa. Allí estaba, sola. Él se abrazaba y los dos dormían uno apretado a el otro.
Con las primeras luces del día, abandonaba el lugar, nadie tenia que saberlo, nadie podría separarla de él.

Dos años pasaron así, cada noche haciendo el camino para dormir junto a su esposa y con las primeras luces volviendo a su humilde casa. Pero su salud se resentía cada día le era más fatigoso. Decidió que su mujer no pasaría ni un día más fuera de casa.
Con las primeras luces del día los pocos habitantes que a tan temprana hora se encaminaban a sus quehaceres quedaron espantados cuando entre la espesa niebla vieron una aparición monstruosa. Un anciano caminaba casi sin fuerzas cargando, hablando dulcemente y acariciando, un cadáver putrefacto.

Ya no haría más el camino al cementerio que llevaba haciendo desde hace dos años.
Llego a su casa. Con un amor infinito la tendió en la cama y luego él se acurruco junto a ella y la abrazo.

Y mientras lanzaba el último suspiro, pulverizado por el dolor ¡ clamo!


- ¡ Por siempre los dos juntos!

1 comentario:

MARIA JESUS dijo...

Un amor embidiable, cortito el relato,pero muy bonito, saludo.

LA AUTORA

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