martes, 27 de octubre de 2009

EL ESPEJO


Desde que Sandro vino a este mundo la suerte no le había acompañado.
Su madre hija de unos padres muy rigurosos, no habían aceptado su embarazo y al ser tarde ya para un aborto quisieron esconderlas de las posibles habladurías de la gente. Con este propósito alquilaron en una gran ciudad un pequeño apartamento y la recluyeron allí para que una vez diera a luz el bebé entregarlo en adopción.
Lo que no contaban sus abuelos era con que su hija no pensaba llevar allí una vida de monja. Nada más salir por la puerta ellos su madre ya estaba llamando a conocidos para dar y participar en fiestas.

Ella nunca se preocupo por el embarazo, jamás tomo precauciones de ninguna clase, bebió, fumó y se drogó. Aborrecía aquel intruso que llevaba en su seno, maldecía el día que quedo preñada y también odiaba al que la dejó así.

Todos los días se recogía cuando ya era bien entrado el día, borracha o drogada siempre acompañada por un hombre distinto. El poco dinero que le enviaban sus padres no duraba y su vida era un trapicheo de droga y prostitución.

Quizás la vida de Sandro hubiese sido otra si al nacer el destino dejara que fuera adoptado por una buena familia. Pero no, su madre se metió en un nuevo lio más y tuvo que dejar deprisa el apartamento. La policía la buscaba por pasar droga en un club donde trabajaba. Esta situación la hizo salir huyendo junto con el último novio.

Como eran personas marginales y el poco dinero que ella recibía de sus padres se acabó, las opciones para ellos eran pocas. Sandro estaba a punto de nacer y la pareja no sabía a donde acudir ya que posiblemente fueran arrestados.

En estas circunstancias fueron a parar a una vieja caravana abandona en medio de un paraje desértico. Allí Su madre dio a luz a Sandro sin ninguna clase de higiene ayudada por su novio.

La adopción no se pudo llevar a cabo era peligroso el intentar dejarse ver. Sandro quedó unido así a esa madre que le aborrecía.

La supervivencia de Sandro se puede considerar un milagro, su madre nunca tomó conciencia de que tenía un bebe su egoísmo junto con las drogas que consumía habitualmente la hundieron en la depravación y la maldad. El abandono de su hijo lejos de darle remordimientos le producía un cierto bienestar, no se atrevió a quitarle la vida al nacer, pero, no fue por escrúpulos, solo la contuvo el miedo de dar con sus huesos en la cárcel. Por ese motivo cada vez que le abandonaba esperaba que al volver él ya no estaría.
Sandro sobrevivió gracias a que en múltiples ocasiones algunos de los numerosos novios de su madre demostraron tener más corazón que ella. Pese a sus borracheras y drogadicción se preocuparon de vez en cuando de alimentarle con los restos de algunos alimentos olvidados y mohosos en los coches o furgonetas .

Sandro se crió en medio de la nada, solo, descuidado, con aquellas noches eternas de abandono, temblando de miedo por los sonidos inquietantes que sacudían la caravana, pasando un frio y calor extremo entre aquellas latas herrumbrosas que le servían de cobijo.
Allí carecía de todo, la suciedad era su compañera eterna, Su madre salía dejándole solo siempre. Al volver algunas veces traía algunos alimentos, poca cosa pan y algo de fiambre .Estos alimentos no eran para él solo cuando ella, borracha o drogada se dormía, entonces era cuando él, hambriento se abalanzaba sobre la sobras. Allí no se podía cocinar, no había luz ni agua. En ocasiones uno de los novios de su madre traía en su furgoneta un deposito de agua. La carencia era total, ni lavarse podía.

Esta forma de vida sin alimentación adecuada, sin una caricia, sin instrucción de ninguna clase habían hecho de Sandro un niño raquítico, con un ligero retraso mental, asustadizo de cualquier extraño ya que la única gente que conocía eran los numerosos novios de su madre y algunos le maltrataron, En muchas ocasiones tuvo que escuchar de esos hombres gritarle a su madre que se deshiciera de él. Sandro vivía con ese miedo, creía muy capaz a su madre de intentarlo, pero para ella él no era un problema, simplemente vivía su vida e ignoraba totalmente a Sandro, para ella no existía.

Un día su madre recogió en una maleta unas cuantas prendas y espero a que su novio llegara con la furgoneta, Sandro la miraba curioso pero ella no era de las que daban explicaciones.

Al poco el claxon de un coche hizo que su madre agarraba la maleta y saliera corriendo hacía la furgoneta, olvidando a Sandro en la caravana.

Se sentó junto al conductor y Sandro vio como cruzo unas breves palabras con él, abrió la puerta y grito-¡ Eh, ven aquí !. El corrió y se paró junto al coche, su madre furiosa le grito- ¡Venga bobo sube rápido..!

Sandro nunca había salido de los alrededores de la caravana, y tampoco había viajado en coche, Todo lo que veía le era nuevo y su instinto de animal encerrado le advertía de peligros escondidos tras el cristal del coche.

Los paisajes que se sucedían le asombraban y alarmaban, sentía miedo, ¿que iba a pasar? ¿a donde iban?. Se replegó en el asiento y dejo de mirar hacía afuera. Las sombras cambiantes de la noche y el sonido del viento sobre el coche le producían terror.

Después de largas horas de viaje por fin el coche paro frente a una gran casa aislada que dejaba ver por todas partes el paso del tiempo. Desde hacía mucho tiempo nadie se había preocupado de ella.

La pareja salió del coche y se pararon frente a la casa. Con ojos escrutadores miraron hacía allí y después con paso decidido avanzaron hasta la puerta.
Sandro como un perrito indefenso corrió tras la pareja y se pego a la sombra de su madre, mirando alrededor temeroso, el crujir de sus pasos sobre la grava del camino que conducía a la casa, inundaban su joven corazón de un fatal presentimiento.
Su madre sacó del bolso unas llaves y abrió la puerta que provoco un ruido que hizo temblar a Sandro, soltó una palabrota al intentar encender la luz y comprobar que estaba cortada. Su novio salió a la furgoneta y volvió con una linterna.

Con esa luz se desplazaron por diversas estancias, su madre conocía la casa, hablaba con el novio y le explicaba diversas peculiaridades de ellas.

A Sandro no le gustaba la casa. Siempre cerca de su madre guiándose por la pequeña luz de la linterna. Intuía que algo morboso, maligno se agazapaba en algún rincón y tuvo la certeza que esa maldad recaería sobre él.

-No se por cuanto la podré vender, hace años que murió mi madre y un año que murió mi padre. Lastima que no me haya enterado antes, ahora podríamos estar de vacaciones con el dinero de la venta.

Su madre no demostraba lastima por la perdida de sus padres, solo le interesaba el dinero que le podía reportar la venta de la casa.

Sandro quedó solo en esa gran casa desconocida, como quedaba en la caravana. Se quejaba pero su madre le ignoraba, solamente con despreció le tiraba la linterna y se marchaba.

Las salidas de su madre eran constantes y algunas veces venia acompañada de personas que se interesaban por la casa. Pero no era fácil venderla.

Sandro, venciendo sus fantásticos terrores con la sola ayuda de la linterna, se atrevió a subir al primer piso. La vieja escalera crujía bajo sus pies y ese sonido lúgubre acallaba el resto de sonidos inquietantes de aquella vieja casa. Llego a un amplio vestíbulo, de allí salía un largo pasillo con numerosas habitaciones. Enfocando la linterna a un lado y otro caminó, con el corazón encogido y sus latidos cada vez mas rápidos. Fue desplazándose por aquel pasillo con el temor de ser engullido por él, algo le impidió avanzar y se enredó en su cara y garganta, Sandro aterrado empezó a manotear intentando desembarazarse de aquella cosa fibrosa, pegajosa, que se adhería a él. Solo eran las enormes telarañas tejidas durante mucho tiempo.
Cuando pudo limpiar su cara y cuello, despacio intentó abrir una de las puertas. La madera podrida y encajada por el tiempo pasado sin abrirse se negaba, empujo con todas sus fuerzas y la puerta cedió con un sonido chirriante que enervo los ya sensibles nervios de Sandro Entró y la luz errante de la linterna le reveló una habitación muy antigua con una gran cama y unas extrañas cortinas negras. De repente la tenue luz de la linterna le dejo ver que no estaba solo. Allí frente a él se encontraba otra persona.

Acallando los latidos de su corazón y el pavor que le impulsaba a abandonar aquel lugar inmediatamente. Sandro enfocó nuevamente la linterna y allí seguía aquel desconocido.

Un sobresalto le hizo retroceder, y la linterna cayó. quedando por un momento toda la habitación a oscuras. Buscó angustiado la linterna, se agacho y arrastro por el suelo hasta dar con ella. Su respiración jadeante era lo único que se escuchaba allí.

-¿Quien eres?

-Nadie contestó.

-¿Eres amigo de mama?

El desconocido, de formas imprecisas por la la deformación de la luz de la linterna, no respondió a Sandro.

Sandro ya se disponía a bajar cuando alguien le llamo.

- Muchacho.. Muchacho.

Era el desconocido el que le llamaba. El ente del espejo atrapado en un mundo similar al nuestro pero donde nada es lo que parece.

-Te estaba esperando, estaba esperando a alguien que quisiera jugar conmigo.

.Pero yo no se a que podría jugar. Yo nunca he tenido amigos.

-No importa, hace mucho tiempo que espero que a esta casa venga un niño tu pasa hacía aquí y yo me pondré en tu lugar.... así empezaremos.
La figura del espejo solo tenia un deseo. Ese niño tenia que traspasar el portal que comunicaba con el y con el más allá. Eso sería su libertad.

La conversación fue interrumpida, por la llamada furiosa de su madre, acababa de llegar y necesitaba la linterna.

Sandro, bajo corriendo, dio la linterna a su madre y empezó a explicar lo que le había acontecido.

-Mama, en la habitación de arriba hay un extraño.

-¿Que dices bobo? ahí no hay nadie.

-Sí, mama yo lo he visto es aproximadamente de mi altura.

-¡Imbécil! tu lo que has visto es tu figura en el gran espejo de la habitación oscura.

-¿En el espejo? ¿Qué es un espejo?

-Pobre tonto, como nunca has salido de la caravana nunca te has visto en un espejo. Un espejo refleja nuestra figura o las cosas que queden enfrentadas a el.

-Mama, no puede ser él me ha hablado.

Su madre dio por terminada la conversación y dirigiéndose a su novio le dijo.

-Mañana iremos a formalizar la venta, no es una suma muy grande, pero todas la personas que han visto la casa han dicho que necesita una gran reforma y que no vale más.

Otra vez Sandro, subiendo las viejas escaleras. Llegó al vestíbulo y resueltamente enfocó la linterna para llegar hasta la habitación. Una vez entró se enfrentó al espejo como lo hizo la primera vez. Otra vez aquella figura a la que no podía distinguir bien por la raquítica luz que salía de la linterna. Observo curioso ¿ese era él?. Un muchacho desgreñado, con largas piernas tan delgadas como filamentos, su espalda encorvada y con una cara delgada con cierto rictus de imbecilidad. Se acerco más al espejo, esperando volver a ver al desconocido. Pero su madre le había dicho que esa figura era él.

Pero otra vez el extraño del espejo apareció allí.

-¿Vienes a jugar conmigo? todo el tiempo que llevo aquí, mi deseo mas ardiente era que algún niño viniese. Su sonrisa y ojos reflejaban maldad.

Llevaba mucho tiempo tras ese espejo. En esta ocasión dejaría para siempre el terrible encierro. Para eso era necesario que Sandro aceptara.

-Bueno, yo nunca he tenido un amigo, juguemos...

-Bien, empecemos, los dos al tiempo, deja la linterna ahí. Pon tus manos sobre el espejo y yo pondré las mías.

Así lo hizo el ingenuo Sandro lo que aprovecho el extraño para tirar de él y hacerle penetrar tras el espejo. Sandro, se volteó y ya el desconocido no estaba. No veía nada, palpo a su alrededor y solo noto un hedor insoportable y un intenso frío, lucho por salir pero una pared lisa y fría, se lo impedía. Araño, pateo, golpeo. Sus gritos y alaridos nadie los podía oír . Su lamento mas triste y desgarrador era llamar.. ¡Madre.... Madree!.
Quedo atrapado dentro del espejo. Nadie vendría a salvarlo.

La madre de Sandro y su novio ya estaban llevando el equipaje al coche. Perpetuamente malhumorada con él le dirigió una mirada y le cogió la linterna.

-Venga, ¿de donde vienes? date prisa o te dejare aquí ¡estúpido!. Sube al coche.


Pobre Sandro, su madre en su desprecio, no se percató de que no era él. ella nunca se había fijado con cariño en su hijo, jamás lo había mirado a la cara o lo había acariciado. Para ella cualquiera podía ser Sandro.

Este desapego y crueldad con su hijo pronto se volvería contra ella. Su vida se abocaba a una espiral de terror y maldad que empezaría a sufrir. Acababa de introducir en su vida al ¡MALIGNO!

1 comentario:

MARIA JESUS dijo...

Por desgracia hay muchos Sandros en el mundo, pero esa buena madre iba a tener lo que se merecía, estos relatos los llamo yo del estilo de Poe, saludos.

LA AUTORA

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