martes, 20 de octubre de 2009

LUCÍA




Lucía era una muchacha muy bonita, su pelo largo y rojo, su sonrisa iluminando siempre su rostro, sus labios rojos y carnosos, y sus ojos pícaros de un color azul intenso, que brillaban especialmente cada vez que Lauro estaba cerca de ella.
Había nacido en una pobre y olvidada aldea, en una comarca aislada de su entorno, paradigma del atraso rural, de gente analfabeta, con enfermedades congénitas debido a los matrimonios entre familiares. Gente sin recursos que malvivían con lo poco que podían arrancarle a la tierra, una tierra pobre que se negaba a proveer a los que dejaban su vida en cultivarla.

Lucía era la mayor de cinco hermanos y contra toda lógica, era bonita y proporcionada ya que todos sus hermanos habían nacido con diversas taras. Sus padres eran primos ( como todos en aquella aldea) y también padecían males propios de la endogamia de aquel desgraciado y recóndito lugar con una situación de atraso de siglos. Allí nadie sabía con cuantos años contaba, ya que para ellos no era nada importante, cuando apenas se mantenían en pie ya tenían que trabajar, bien en las tareas del campo, transportar agua desde una única y lejana fuente o cuidar a los hermanos pequeños o la casa. Los días unos iguales a otros, trabajar, trabajar, y esperar al final del día una sopa donde flotaba un pedazo de nabo o de cualquier otra cosa que hubieran podido arrancar a esa tierra muerta.

Por eso un día Lucía se asustó, la aldea estaba revuelta, nadie acudió a los campos y un par de forasteros montados en preciosos caballos gritaban a los aldeanos. Al momento a las puertas de las ruinosas cabañas los padres mandaron alinearse a sus hijas. Allí esperaron.

Los dos hombres a caballo hablaban entre si, miraban a las niñas como si fueran mercancía que fueran a comprar y alargando la mano escogían. Lucía fue una de las escogidas. Sus padres la habían vendido para sirvienta en la ciudad en casa de ricos señores. Apenas contaba con diez años.

A las afueras de la aldea esperaba un carromato de los que transportaban pienso para el ganado donde fueron a parar las niñas escogidas. Ellas desconocían hacía donde se dirigían y la separación de lo que conocían las sumió en sentidos y profundos sollozos. El camino fue largo, dos jornadas le llevo el llegar al destino, en esos dos días las niñas cada vez mas temerosas empezaron a enfermar. Cuando el carromato paró en la puerta trasera de una gran casa, algunas de las niñas le fue imposible ponerse en pie, estaban extenuadas, hambrientas, temerosas. Por esa puerta salió una oronda y malhumorada mujer que gritando llamo a otras dos mujeres y les conminó a llevar a las niñas a un pozo que se encontraba en medio del patio. Allí las hicieron despojarse de los harapos que le servían de ropa, y lavarse por que el hedor que despedían era insoportable. Muertas de frio y desnudas sacaron ellas mismas el agua del pozo y allí mismo lavaron sus pequeños y torturados cuerpos. Algunas les fue imposible. Aunque acostumbradas a trabajar, el tortuoso camino y la fragilidad de sus cuerpo no resistían mas. Lucía ayudo a lavar estas pequeñas que se rendían ante tanto infortunio.
Las mujeres le acercaron un montón de trapos para que se vistiesen y las dirigieron a una choza donde guardaban la paja de alimento de las caballerías y allí las dejaron. Mas tarde las trajeron un tazón de sopa con pequeños pedazos de carne y un mendrugo de pan. Cuando Lucía terminó acudió en ayuda de algunas que ni tan siquiera podían alimentarse. La noche paso rápidamente, después de los días en el carromato, los dolores del cuerpos eran insoportables pero el cansancio era tan grande que el sueño vino enseguida.

A la mañana siguiente vinieron a por ellas y las hicieron esperar en el patio. Un hombre vestido como servidor de una gran casa las fue repasando y al llegar a ella, paró y la señaló. Al momento una de las mujeres tiro de ella la metió en la casa y le acerco un modesto vestido de tela basta.
El hombre que la había escogido con un ademán le mostró un pequeño carruaje. Nunca volvería a ver a las demás niñas. Después de un largo recorrido el carruaje paró en un gran patio donde un grupo de personas se afanaban en preparar grandes cantidades de manjares que Lucía jamas había visto. El sirviente hablo con una mujer y señaló a Lucía, después volvió a subir al carruaje y se dirigió a un lugar donde ya había otros, dejándolo allí. La mujer se acercó a Lucía la miro con ojos escrutadores y encogiendo los hombros y suspirando. dio media vuelta y siguió dando ordenes a todos los que trabajaban.

Una niña poco mayor que ella se acercó y cogiéndola de la mano tiro de ella y la introdujo dentro de la casa. La cocina rebosaba de personas cocinando en los pucheros y cortando y preparando toda clase de aves y pescados. La niña la hizo sortear todas estas personas que allí se encontraban y por unas escaleras bajaron hasta una habitación. Al entrar Lucía no pudo vislumbrar nada. Cuando sus ojos se acostumbraron a esa oscuridad, ya que no tenía ventana. La mostró un jergón y desapareció. Al poco apareció con una tajada de pan y un pedazo de queso.

-¿Como te llamas?

-Lucía -

Yo soy Nora, no te preocupes, nunca veras a los señores y seguro que de momento solo te mandaran a por agua o ayudar a encender el fuego o cosas sencillas. Mas adelante ya iras ayudando con trabajos con mas responsabilidad. Lucía, trataba de entender lo que le decía Nora pero toda su atención la tenia en el agradable sabor del queso ya que ella nunca lo había comido.

Lo años fueron pasando para Lucía, en esta casa y pese a la dureza del trabajo, las horas interminables arrodillada en el suelo intentando limpiar las manchas de lodo, excrementos y toda clase de manchas, fueron mucho mejores para ella que los transcurridos en la aldea.


Los amos vendieron la casa y el número de sirvientes fue decreciendo, Lucía fue de las que los nuevos dueños decidieron quedarse.

Los nuevos amos eran gente estrafalaria, ya en la casa no había la rigidez de antes, la nueva señora vestía lindos vestidos de última moda y su risa se podía escuchar por cualquier lugar de la casa o de los extensos jardines. Sus amigos la llenaban entrando y saliendo a cualquier hora del día, el trabajo nunca faltaba, pero a Lucía eso no le importaba, el trasiego de gente elegante y divertida, la música que no paraba de salir de un extraño aparato, la reuniones en cualquier rincón, todo era nuevo para ella. Algunas noches cuando cansada, se tumbaba en la cama antes de dormir soñaba despierta con ser ella alguna de las lindas muchachas que alegres, elegantes y divertidas se movía con toda familiaridad por la casa.


La señora en algunas ocasiones bajaba a la cocina y se sentaba a la mesa tomando un té mientras escuchaba las historias de algunos de los criados. Siempre se mostraba gentil y amable con ellos .Les agradecía como llevaban la casa y por ese motivo repartía pequeñas cantidades de dinero. Por Lucía sentía un gran aprecio, como ya era una linda muchacha , mando comprar un bonito uniforme con encajes y la nombró su doncella.


Los sirvientes rumoreaban escandalizados sobre la situación de los amos, decían que no estaban casados y que era un escándalo. Pero debido al gran aprecio que sentían por la señora pronto se acallaron los rumores. La vida en la casa se volvió muy agradable. Nunca antes Lucía se había encontrado tan bien pisando esos salones, preparando el baño o la ropa de su señora, ayudandola a vestirse o sintiendo su ligero y agradable perfume. Nunca antes su manos habían tocado tantas cosas bellas.

El señor marcho y ya nunca se volvió a saber ni hablar de él. La señora no pareció muy afectada y siguió con su vida de entradas y salidas, con jóvenes y bellos muchachos.


Un día un sonido llamo su atención, se asomó por una ventana y vio venir por el camino que llevaba a la casa un coche a motor. La señora adelantada a sus tiempos había dejado los carruajes de caballos y compró un coche descapotable al que pronto todos empezaron a llamar Bugatti. El coche no venia solo, el conductor un guapo mozo llamado Lauro paso a estar siempre limpiando y cuidando el coche, siempre esperando las ordenes de la señora.
A Lucía le gustaba Lauro, procuraba pasar cuantas veces podía cerca de él y las miradas que se cruzaban eran significativas del aprecio mutuo de los dos jóvenes. Paso el tiempo, Lucía ya había cumplido 18 años y algunas veces en la pequeña habitación que le había asignado la señora cerca de ellas sus sueños ahora eran con ser algún día la propietaria de todas las cosas bellas de la casa.

La señora era bella de una belleza irreal, se deslizaba por la casa como si flotara , a su paso un aroma perfuma todo cuanto estaba a su alrededor, su elegancia transcendía a todas las cosas, sus vestidos siempre a la última moda eran extremadamente refinados de telas nunca vistas antes, traídas de lejanos y extraños países, su tacto era fino, suave, delicado y los solía adornar con preciosos complementos. Lucía pasaba horas contemplando aquellas hermosas prendas las lavaba cuidadosamente, las planchaba y doblaba con primor y las acariciaba para sentir el tacto agradable de aquellas delicadas telas.

La casa estaba revuelta la señora marchaba a un crucero por los mares del Caribe y todos los sirvientes estaban volcados en preparar que todo estuviera a punto. Las compras de ropas y valijas se habían intensificado y la señora junto con Lucía iba disponiendo las cosas que necesitaría en su viaje, Más de veinte grandes baúles y maletas se fueron acumulando en el vestíbulo de la casa. Todas y cada de una de las cosas que portaban esas maletas las había preparado Lucía con todo mimo, las sedas, gasas, shantung, lanas. Para ella no había trabajo mas maravilloso.

La señora despidió al personal y en la casa solo dejó a Lucía y Lauro, tenía plena confianza en ellos y deseaba que Lucía se cuidara de su vestuario y de la casa y Lauro tuviera siempre a punto su precio coche Bugatti y el jardín.

Lucía estaba exultante, delante del espejo se cepillaba su largo cabello, se probaba deliciosos vestidos del armarío de su señora. Se encontraba bellísima. Dudó entre varios y al fin escogió uno de delicada organza en color lavanda. Se recogió el pelo en lo alto de su cabeza y escogió un prendedor de pelo con figura de una pequeña libélula de amatistas. Estas joyas al ser de escaso valor la señora nunca las guardaba. Del tocador escogió un hermoso frasco labrado y destapándolo, con el tapón, impregnó los dos lados de su cuello .

Bajó por las escaleras intentando imitar la forma tan elegante de andar de su señora. Al llegar al salón, se asustó allí estaba Lauro. Él la miraba extasiado como si la viera por primera vez. Los dos se miraron y rieron a carcajadas.

-Lucía era la mujer mas bella que nunca he visto.

-Lauro, es por las ropas de la señora..

-No, siempre; desde el primer día que te vi pienso solo en ti, no necesitas esas ropas para parecerlo.

A Lucía le subió el rubor a sus mejillas.


-Lucía, ven conmigo- y diciendo esto la agarro de la mano y tiro de ella- Salieron al jardín y Lauro la hizo un ademán para que espera allí y corrió hasta donde estaba aparcado el coche.

Al momento ya estaban Lauro y el coche junto a Lucía.

- Esta elegante señora merece un delicioso paseo donde lucir su explendida belleza.

Los dos jóvenes rieron y Lucía después de dudar un segundo abrió la puerta del coche y se sentó junto a Lauro. Ya Lauro se disponía a poner en marcha el potente coche cuando Lucía le dijo - Espera ya vuelvo-

Corrió escaleras arriba, se había acordado que su señora nunca salía en el coche sin ponerse un foulard al cuello. Sabía donde buscar, enseguida encontró lo que quería, un precioso foulard de seda larguísimo. Frente al espejo lo puso en su cuello dando dos vueltas sobre él dejando colgando a los dos lados de sus hombros por la espalda el resto de aquel precioso complemento. Bajó las escaleras como lo hubiera hecho una reina y de un pequeño salto, se sentó junto a Lauro, alegre, hermosa, llena de vida. Se miraron los dos jóvenes y riendo Lauro arrancó y aceleró el coche.


El hermoso foulard de Lucía al viento, vaporoso como una mariposa de bellos colores, floto en el aire y el infortunio hizo que se enredara en los radios de las ruedas del potente coche. El bello cuello de la muchacha fue oprimido tan fuerte como si el liviano foulard se hubiera convertido en unas garras malignas de fuerza sobrenaturales.

El cuello de Lucía fue brutalmente desplazado hacía atrás y cercenado. Un terrible crujido desplazó a las risas de Lucía.

1 comentario:

MARIA JESUS dijo...

Mui bonito,la pobre dentro de su desgracia fue feliz, me recuerda la muerte de Isadora Duncan

LA AUTORA

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