sábado, 12 de diciembre de 2009

ADÉLE

Cientos de pobres haitíanos en busca de una vida mejor sucumben tragados en aguas del Golfo de Mejico en su afán por llegar a los Estados Unidos. En su desesperación pierden rumbo en el Paso de Los Vientos y recalan en costas cubanas. La vecindad de Haití con República Dominicana, en la isla de La Española --como se le llamara en tiempos de navegantes a un entonces único territorio—, ha hecho que la República Dominicana históricamente haya sido receptora de emigrantes desde Haití, sobre todo a partir de inicios del siglo XX.


Unos de esos pobres emigrantes fueron Adéle junto con su madre y hermanos esperando sobrevivir en unas condiciones que en su país les estaba vedadas. Maltratados por un padre déspota, malvado y cruel, constantemente borracho, mujeriego que solo volvía a ellos para hacerlos trabajar hasta la extenuación por unas pocas monedas . Después de quitárselas desaparecía por semanas o meses. Al volver las palizas y el maltrato eran compañeros inseparables de sus vidas.


Por las calles de Puerto Príncipe miles de personas famélicas vagaban en busca de un pequeño trabajo para poder llevar algo a la boca, a veces las peleas por un pedazo de comida, terminaba en una tumultuosa pelea donde podía haber heridos incluso muertos. Así era la miserable vida de ellos en Haití.


Un día su padre volvió borracho después de un tiempo desaparecido, comenzó a gritar a su madre y a darla fuertes puñetazos y patadas, la tiró al suelo y sin piedad la pateaba, dejándola casi muerta. Su hermano de 12 años Alfred, intento socorrerla, pero el padre lo cogió por un brazo y como si de un muñeco de trapo se tratara lo elevó del suelo y lo lanzo contra la pared. Alfred ya no vería nunca más la luz del día. Allí acabó su penosa y breve vida, su padre en su brutalidad le había liberado de aquella miserable existencia que le tenía asignada el destino. Después el verdugo se durmió como si para él nunca hubiera sucedido cosa tan deleznable Todos horrorizados lloraron al pobre Alfred. Luego hicieron lo único que estaba a su alcance, fueron a buscar unas maderas con las que pudieran formar un humilde ataúd, para dar sepultura al inocente niño. Entre esas cuatro madera metieron el desnutrido cuerpo de aquel pobre desgraciado. Su madre en la despedida encendió unas velas que puso alrededor del ataúd, regó con harina parte de él y con una voz que Adéle nunca la había oído, empezó a hablar en un extraño idioma africano. Mientras entre lágrimas movía las manos haciendo figuras que solo ella conocía y girando su cuerpo como una peonza. Este ritual le producía tal sufrimiento, desgaste físico y síquico que cayó desmayada encima de la humilde caja que contenía a su hijo. Su padre se encontraba cerca de allí, borracho y sin sentir remordimientos. Los miraba hacer como si nada de eso fuera con él.
Adéle no podía dormir la imagen de su hermano muerto no la dejaba. No merecía morir, su padre era el que tenía que haber muerto, de esa forma la maldad habría desaparecido de sus vidas. Para ella era la reencarnación del mismísimo diablo.

Escuchó unos ligeros ruidos y abrió los ojos. Su madre cortaba unos mechones de pelo a su padre que tirado sobre una vieja alfombra vegetal, dormía. Después su madre cogió un trozo de tela y formó una grotesca figura semejante a un ser humano y dentro de ese monigote introdujo el pelo y un trozo de tela de una vieja camisa del padre.

Luego hablando en susurros en la penumbra de aquellas cuatro paredes que les daba cobijo, cogió unas pequeñas astillas y las fue introduciendo en diversas partes de aquella figura.


Mas tarde salió fuera de la choza de cartones y desechos que le servía de casa. Levantó la figura hacía la luna pronunció varias frases. Después la enterró escarbando con rabia y mucho dolor con sus manos

Adéle, volvió corriendo a su rincón y se acurruco intentando dormirse, pero estaba aterrada pensando en lo que acababa de ver. Ella sabía de esas costumbres, pero nunca pensó que su madre se atrevería hacer una cosa así a su padre. Si ese hombre malvado hubiera sospechado algo, la vida de todos ellos, no valdría nada.


Al día siguiente su padre empezó a sentirse mal, ya no se levantó de aquella sucia alfombra y solo se despertaba para pedir más bebida.

Otra noche, Adéle a la que el miedo no la dejaba dormir, volvió a ver a su madre levantada.
Desde su rincón la seguía en todo lo que hacía. Su madre volvió a salir y arrodillándose junto a donde enterró el muñeco escarbó y al sacarlo lo miro un instante a la luz de la luna y con furia introdujo una gran astilla a la altura del corazón. Después volvió a enterrarlo.


A la mañana siguiente su padre amaneció muerto.

Su madre cogió las pobres pertenencias que tenía y junto con sus hijos emprendió una larga y penosa caminata que los llevaría a la República Dominicana.

Las calamidades son compañeras inseparables de los pobres. Adéle sus hermanos y su madre, pronto se dieron cuenta que para unos analfabetos emigrantes, no había ninguna oportunidad en este mundo.

El color de su piel oscura y su procedencia les abocaba a una sola salida, volver a la esclavitud. Para gente como ellos solo había trabajo en los cañaverales en el durisimo trabajo de cortar la caña de azúcar .En los cañaverales, volvieron a ser esclavos como lo fueron sus antepasados traídos a la fuerza desde África.

En esos cañaverales infectos, insalubres, llenos de multitud de mosquitos y aguas estancadas trabajaban de sol a sol por el mísero alimento.

Pasaron los años y Adéle empezó a ayudar en el servicio de la casa
Por ese trabajo le daban unas pocas monedas que entregaba a su madre. Ella las recogía y las guardaba, nunca gastó ninguna de ellas. Cuando Adéle le decía que comprara algo a sus hermanos o para ella misma, su madre la miraba con ternura y la decía -Estas monedas tienen otro destino- y no aclaraba nada más.

Un día su madre ya anciana, la llamó y empezó a hablar:

-Adéle, cada vez que tu me dado el dinero que tanto te ha costado ganar, yo lo he dedicado a prestar a haitianos que cortan como nosotros la caña de azúcar.
Este dinero no es mucho, pero ahora te lo devuelvo y te aconsejo que busques un sitio mejor donde pasar tu vida. Todavía eres joven y podrás salir de esta pobreza que desde que nacimos nos acompaña ¡Hazlo hija, vete, vete de aquí!.

-Madre, pero no puedo dejarla sola, mis hermanos ya no están aquí.

-He dicho que te vayas, mi vida ya está terminada, tu debes comenzar la tuya, todavía no es tarde.
En la casa ayudando había una resuelta dominicana que a Adéle, le volvía loca charlando siempre sobre mil cosas, el sueño de esta era marchar del país y contaba que tenía muchos familiares en diversos países y que ahorraba para marchar a alguno de ellos. Su preferido era uno que se llamaba España. Adéle no había escuchado nunca ese nombre.

En unas de esas conversaciones Adéle le contó que ella estaba decidida a marchar también.

La dominicana se encargó de que sus familiares la indicaran todos los tramites para emigrar a ese país donde decían que había trabajo para todos.

Por fin todos los tramites dieron su fruto y la dominicana y Adéle se vieron con un billete de avión y pasaporte para su traslado de América a Europa.

Su llegada al nuevo país también trajo consigo mil sufrimientos. Los familiares de la dominicana solo querían el poco dinero que traían consigo las dos muchachas. Por un camastro que se extendía en un pasillo pasada la madrugada, les cobraban una suma de dinero desorbitada y el trabajo prometido nunca llegaba.

Para Adéle aun era peor pues el color de su piel le cerraba muchas puertas. Nadie le decía que no le daban el trabajo por ser negra pero era sabido por todos.

Así las cosas la angustia cada vez era más grande, en un país extraño, con costumbres muy diferentes y sin tener ningún oficio, era una tarea casi imposible el acceder a un trabajo.


Un día le hablaron de una ONG que ayudaba a encontrar trabajo a los emigrantes ilegales. Acudió y otra vez la desilusión le embargó. Allí se encontraban decena de personas de todas nacionalidades tan desesperadas como ella, parias del mundo que después de recorrer miles de kilómetros, llenos de penalidades, se encontraban otra vez en la espiral de la pobreza donde entraron al nacer.

Después de una espera de horas una muchacha, nombro el número que llevaba en su mano.

Adéle tomó asiento en la silla que la muchacha le indicaba y empezó a desgranar las vicisitudes que había tenido que pasar hasta llegar a España.

La muchacha le pedía algunos datos, asentía en algunas ocasiones a lo que Adéle contaba y su cara era de impotencia.

-Mira Adéle, no te voy a engañar no nada fácil encontrar un trabajo, solo te podíamos buscar para hacerte cargo de una persona gravemente enferma, esos trabajos son a tiempo completo, tendrías que vivir en la casa del enfermo y tu tiempo libre sería poco, tampoco el sueldo sería importante.

-No importa siempre he trabajado, no me asusta que el trabajo sea duro.

La muchacha se levanto cogió una carpeta y se acercó a una mesa donde trabajaba otra muchacha, entabló una conversación en voz baja y la otra muchacha miró a Adéle, después hizo un ligero gesto negativo mientras contestaba.

-Adéle, estoy en dudas sobre este trabajo que te puedo ofrecer, varias personas lo han intentado antes que tu, pero la señora requiere muchos cuidados y su marido, como te diría.... es un poco peculiar, dicho en otras palabras tiene un carácter endiablado.

-No importa, deme por favor ese trabajo... ¡ lo necesito!

-Otra cosa, no sé como decírtelo pero aún hay otra pega, ese señor es racista la gente de color no le agrada, espero que como él también está desesperado consienta en emplearte.

-No se preocupe estoy acostumbrada a que no se me juzgue por mi, la gente solo ve mi color.

-Ten estas son las señas del domicilio ¡ Que tengas suerte!

Adéle se presentó en el domicilio. Abrió la puerta un hombre de unos sesenta años, mal encarado y con un aspecto desaliñado y huraño.

-¿ Que quería usted? disponiéndose a cerrar la puerta inmediatamente.

-Espere ... me manda la ONG por el empleo para cuidar a una señora.

-No necesitamos a nadie… ¡ Adiós!

Desde dentro se escucha una débil voz de mujer que le dice ¡ déjale entrar !

El hombre se echó a un lado y la dejó pasar. A primera vista la casa se la veía descuidada y al pasar a la habitación donde se encontraba la mujer un fuerte hedor la recibió.

Busco entre las penumbras a la mujer y la encontró postrada en la cama, no debía ser tan anciana como aparentaba, huesuda, pelo ralo, descuidada, abandonada.

Las cortinas corridas lo que daba a la habitación una oscuridad deprimente, la ropa de cama revuelta y sucia .En los muebles de la habitación se podían ver toda clase de utensilios usados y resto de comidas que no habían sido retirados y que le daban un aspecto de falta total de higiene.

-Gracias, por venir, necesitamos urgentemente alguien que nos ayude. Y sus ojos donde todavía quedaban un resto de vida parecían implorarle.

El hombre emitió un pequeño gruñido y empezó a decir algo.

-Por favor Higinio, ya me queda poco, déjame morir en paz. El hombre salió dando un fuerte portazo.

Desde que Adéle había conocido a aquella mujer sintió una gran ternura hacía ella, la vio tan débil, tan impotente, tan falta de cariño. Pensó en la vida que habría llevado junto a ese hombre, en el cual ella intuía el estigma de la maldad. Sintió un escalofrío recordando en ese hombre a su padre. Comprendió que en cualquier parte se puede encontrar a seres desvalidos, desgraciados, sometidos por otros.

Sus días en la casa pasaban al lado de la señora, ella requería mucha atención y para Adéle cuidar y acompañarla significaba mucho, en la señora veía a otras muchas personas buenas que no merecían sufrir.

El marido vigilaba cada movimiento de Adéle, protestaba por todo y algunas veces le hacía repetir el trabajo aduciendo que esta mal hecho. Se negaba a comer lo que cocinaba Adéle y por lo bajo decía que él no comería lo que tocara una negra. Fumaba compulsivamente y la ceniza la regaba por toda la casa, mirando con satisfacción como Adéle limpiaba una y otra vez. En varías ocasiones había quemado los muebles e incluso en la cama tenía esa costumbre.


En algunas ocasiones, tuvo que intervenir echando al hombre de la habitación al ver que todavía el ejercía su maltrato contra su mujer. Esto hizo que el odio entre Adéle y el hombre fuera recíproco.

Adéle soportaba los gritos y malos modos de ese hombre solo por la fuerte amistad y cariño que la unía a la señora, algunas veces cuando reunía fuerza, la desgraciada mujer, le contaba la mala vida que aquel mal hombre le había dado, las palizas casi diarias, los menosprecio, y sobre todo aquel día horrible que estando embarazada la paliza la hizo abortar. Desde entonces cayó enferma y nunca más mejoraría. Desde aquel día solo pensaba en morir.

La señora empeoró y casi todo el día lo pasaba inconsciente, las medicinas que tomaba para calmar el dolor la tenían en ese estado. Adéle casi no se apartaba de su lado, la acariciaba, la hablaba al oído inventando bellas historias, la decía que cuando mejorara se irían las dos lejos de esa casa y que cuidaría de ella.

Estaba en la cocina preparando la próxima toma de una medicina cuando noto ruidos y voces en la habitación de la enferma. Soltó rápido lo que estaba preparando y corrió.
Cuando llegó allí el hombre zarandeaba a su mujer violentamente y levantaba la mano para soltarla sobre la cara. Adéle agarró el brazo del hombre y lo retorció con la fuerza que le había dado los años pasados trabajando en los cañaverales. Furiosa le desplazo de un fuerte empujón fuera de la habitación mientras le decía-¡ Si le vuelvo a ver tocar a la señora le MATO!

-¡Negra, prepara tus maletas, no te quiero aquí! nunca debí dejar que entraras en mi casa!

-¡Nadie, ni nada me echara de aquí mientras la señora esté viva y necesite mis cuidados!

Esa misma noche las fuerzas de la mujer ya no daban más de sí. Adéle llamó al médico, el pronostico fue de que era cuestión de unas pocas horas que el fallecimiento se produjera.

Guardándose su desprecio buscó en el salón al hombre, el cual no se había preocupado de estar presente cuando vino el médico.

-El médico dice que a la señora le quedan horas,¿ Quiere pasarlas con ella?

-No me voy a dormir, no me molestes.

Adéle, dio la vuelta y pensó que ya había llegado la hora de hacer lo que tenía pensado hacía tiempo.

Entró en su habitación y de un cajón saco una vieja camisa, pelo y uñas de aquel malvado hombre y despacio formó una figura de trapo. Una vez terminada la metió en su bolsillo ya que pronto pensaba darle uso.

La señora falleció de madrugada. Adéle se preocupó de todos los tramites sin molestar al hombre como él le había indicado. También preparó su maleta.

En el cementerio Adéle se encontró sola, nadie vino a despedir a aquella desgraciada mujer.

Se puso de rodillas sobre la tierra removida de la tumba y sacó la figura de trapo, despacio fue clavando astillas por todo el cuerpo pero antes de clavar la última en el corazón, saco de su bolso una caja de cerillas y prendió aquella figura grotesca.

Cuando el muñeco casi ardía por todos lados, entonces sí, la astilla mas grande la insertó en el sitio donde se supone está el corazón. Escarbó y enterró la figura en aquella tierra removida del cementerio.

Después recordando el ritual de su madre habló con aquellas enigmáticas palabras que ella nunca comprendió.
·
La gente aglomerada cerca de donde los bomberos intentaban apagar un fuego que se había producido en un piso.
-¿ Que ha pasado.
-Ha fallecido un hombre, se ha quemado su casa, dicen que se durmió fumando.

1 comentario:

MARIA JESUS dijo...

aunque es mas largo que el anterior me ha sabido a poco, me encantan sus relatos.

LA AUTORA

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