viernes, 4 de octubre de 2013

UN BUEN VINO

Celia Ordoñez era una mujer aún bella contaba con 47 años pero los muchos cuidados que se procuraba la mantenían con aspecto joven y elegante. Era la orgullosa dueña de aquel prestigioso y carísimo restaurante Cuando su marido falleció hacía 5 años. Además de viuda la dejó una inmensa fortuna. Entre los muchos negocios estaba el restaurante, este económicamente no era muy floreciente ya que los grandes gastos que el maître no controlaba superaban a los ingresos, pese a tener reservas con antelación que se acercaban al año, su nombre era Augusto Fernalli y era un imbécil, pronto le ajustaría las cuentas.

Pero a Celia eso no le importaba, las pérdidas no eran muchas y el prestigio y codearse con las muchas personalidades que por allí pasaban le compensaban.


Hoy se la veía taciturna, entró y en contra de su costumbre no se paro a saludar a los comensales. Su hombros caídos y los ojos erráticos, sus andares lánguidos y una cierta actitud sombría, no dejaban ver a Cecilia en un buen momento,

Abrió la puerta de su despacho y entró, fue directa a la caja fuerte, introdujo la clave y sacó varias carpetas, las puso encima de la mesa y se sentó. Apartó algunas y centró su atención en una con la tapa verde. Así estuvo largo tiempo escrutando los papeles de la carpeta, luego encendió el ordenador y esperó a poder meter la clave para acceder a los datos que contenía. Suspiró airada y luego uno a  uno contrastó los datos de la carpeta con los que le ofrecía el ordenador. Deberían ser los mismos, pero no concordaban. Aquella carpeta le había sido entregada el día anterior por una empresa de detectives que ella misma había  contratado. Hacía tiempo que venia sospechando que las cuentas de sus negocios que le presentaban no le parecían correctas, ella no entendía de negocios y por eso tenia un administrador en cuyas manos dejó el manejo de todo. Pero allí tenia la constatación de sus sospechas.

Encendió un cigarrillo y sus ojos siguieron distraídamente  las figuras del humo mientras su cerebro procesaba a toda velocidad la información que tenía en sus manos.
Para ella no suponía gran cosa el dinero defalcado por el imbécil de su administrador, pero no consentiría de ningún modo que un don nadie la hubiese tomado por tonta, se lo haría pagar.

Augusto Fernalli, era profundamente ambicioso y orgulloso, se consideraba el mejor maître del mundo, pero no se sentía valorado, pasaba muchas horas en aquella cocina elaborando platos que el creía eran perfectos y pese a que el restaurante se llenaba todos los días y siempre recibía alabanzas de los comensales  no avanzaba ni en lo económico ni en la categoría profesional que le era reconocida a otros colegas. Esto se lo debía a la bruja de Celia.
Salió de la cocina agobiado y como era su costumbre se sirvió una copa de vino, por supuesto del mejor Chateu Villard Rouge, saboreó aquel delicioso vino y pensó que era digno de acompañar a sus platos. Odiaba profundamente a Celia.

Sergio Aldana era el administrador de los bienes de Celia desde la muerte de su esposo, se le podía ver por el restaurante a donde acudía cada día a reunirse con la Sra. Ordoñez, allí le daba cuentas de como iban los negocios y aprovechaba para comer las deliciosas recetas de Augusto  sin tener que pagar el carísimo importe de la factura.

Celia le vio sentado esperando que le sirvieran y se a cercó a él.

-Sergio por favor, come hoy conmigo en mi mesa, quiero que hablemos. Espérame un minuto voy a buscar un vino especial y enseguida vuelvo.

En la cocina  Augusto no podía más su inquina no le dejaba vivir, desde hacia tiempo tenia un plan y no pasaría de hoy que lo pusiera en ejecución. Bajó a la bodega y retirando unas cuantas botellas de finísimos y carísimos vinos cogió una preparada por él de Chateu Villard Rouge, era chocante pero en cuestión de vinos la bruja tenia sus mismos gustos, subió rápido escondiendo entre sus ropas la botella y buscó ávidamente la comanda de la mesa de Celia.. Allí el sumiller tenia preparada una botella del mismo vino, comprobó que era de la misma añada, la cogió y en su lugar puso la que llevaba él. Cuando se retiró sudaba y la cabeza le daba vuelta, pero ya estaba hecho, pronto la bruja de Celia no le despreciaría más.

El sumiller se acercó a la mesa de Celia y sorprendido vio que allí solo esta sentado el administrador, al no estar la señora descorchó la botella olio el corcho y lo dejo reposando dentro de la cubeta, por nada del mundo se le habría ocurrido escanciar el vino sin que doña Celia estuviera presente. Pero el administrador no le dejo retirarse
.
-Por favor mientras viene doña Celia sírvame una copa, estoy seco.
-Pero señor, esto no lo puedo hacer
-Sergio alargó el brazo hasta donde estaba la botella y sin más se sirvió una copa.

El sumiller espantado cogió la botella y salió apresuradamente hacía la cocina, si doña Celia se entera de que se ha servido vino en su mesa no estando ella me despide. Cuando llegó a donde Augusto solía salir a tomar su copa de vino, allí la dejo. Así nadie se dará cuenta ya que es de la misma marca y año de la que toma Augusto.

El servicio de comidas estaba en todo su apogeo, pero Augusto no podía más, salió a mirar la mesa de Celia y vio que allí solo estaba el administrador, el cual en ese momento alzaba una copa de vino tinto y se la llevaba a la boca. Asustado retrocedió un poco y alcanzando la botella del vino que siempre tomaba buscó una copa y tomó ávidamente su contenido para evitar caer al suelo ya que sus piernas no querían sostenerle.

A Celia le llevó más tiempo del que pensó introducir por el corcho el veneno que llevaba preparado en una jeringuilla. Por fin terminó, recogió todo, la jeringuilla, un trapo y los guantes y los metió en un pequeño contenedor el cual puso en una recóndita estantería, ya volvería más tarde a por ello. No corría prisa, allí había más de doce mil botellas y buscar algo no sabiendo donde está era como buscar una aguja en un pajar.

Cuando subía las escaleras con la botella escondida en su gran bolso, escucho grandes gritos de alarma, al llegar al comedor vio como gente se arremolinaba alrededor de su mesa y gritaban espantados, otros salían apresuradamente del restaurante.

El jefe de cocina y el sumiller

vinieron con cara de espanto apresuradamente a su encuentro.

-Señora. señora.. el sr. Aldana, ha caído sobre su mesa y creemos que está muerto, alguien ha dicho que envenenado.

Celia se acercó y puso sus dedos sobre la carótida, comprobó que no latía.

-Que alguien llame a la policía, rápido.

Nuevos gritos, ahora desde la cocina llamaron la atención de Celia,

-Dios mío, Dios mío! Augusto esta muerto! parece que envenenado.

Celia metió la mano en su bolso y tocó la botella preparada por ella, no comprendía nada, ¿Qué había ocurrido mientras ella estaba en la bodega?

Suspiró aliviada, ella no era culpable, pero allí estaban las dos personas que más odiaba y en un momento habían pasado a mejor vida sin que ella hubiera participado en sus muertes

 ¿Quién habría sido el asesino?

2 comentarios:

MARIA JESUS dijo...

Bonito e intrigante, me ha gustado mucho. Me alegra verla escribir sus historias, es buena señal. Un beso Carmen.

MARIA JESUS dijo...


También me alegro no tener que poner la frasecita y los números….

LA AUTORA

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